domingo, 1 de mayo de 2011

Mourinho, el matareyes no es el rey

Después del tercer Madrid-Barça que hemos presenciado en este mes de clásicos, las conclusiones parecen claras. En el terreno de juego, parece que el combate se lo lleva Guardiola. Tras un primer asalto empatado y aburrido, procedieron al segundo, donde el Madrid aprovechó su estado de forma, a Pepe, y un sistema de juego basado en asfixiar al barça y hacer contragolpes mortales. Esto le valió una copa, y una alegría a muchisimos madridistas. Sin embargo, este juego se basaba en la defensa, la presión y el contragolpe. Finalizada la copa, tocaba la champions, y el Madrid partía como favorito avalado por sus últimos buenos resultados y su plantilla. Pero no fue tan bien como esperaba. Al Barça le costaba horrores pasar de línea de tres cuartos, pero tocaba y tocaba sin sentir la insoportable presión del otro día. Además, puede ser que la presencia de Keita en el medio del campo (obligado por la lesión de Andrés Iniesta) ayudase al conjunto blaugrana a parar los posibles contraataques de los merengues. Con esto y con todo, nos fuímos a cenar con un 0-0. Después de la tangana del banquillo, en la que Alvaro Arbeloa debió de ser expulsado (al igual que lo fue Pinto) el panorama continuó igual, a pesar de la salida de Adebayor. Esa noche soporifera solo la podía cambiar el arbitro. El colegiado alemán Stark decidió expulsar a Pepe en una rigurosa acción, que valió las protestas de "Mou" y su también posterior expulsión. A partir de ahi, la balanza que pretendía conseguir el Madrid se transformó en una cuesta abajo sin frenos. Sin Pepe en el campo, el equipo no podía realizar su riguroso sistema de marcajes, además de perder físico, salida...(en resumen, todo lo que aporta Pepe) Fuera o no el portugués el expulsado, el Madrid se quedó con 10. Y ya que se va un portugués, ¿porque no otro? José Mourinho no desperdició la ocasión de acompañar la expulsión del central  con aspabientos y quejas, y ya de paso, de acompañarlo afuera del terreno de juego. Y el Barça empezó a jugar. Ante unos jugadores pensando en los vestuarios y bajando los brazos en el Bernabéu, Messi nos enseñó porque es, posiblemente, el mejor jugador de la historia. El primer gol, conseguido a pase de un Ibrahim Affelay que empieza a amortizarse, es de killer. El segundo es de genio, de mago, de extraterrestre, de Messi. ¿Que podía hacer un aficionado blanco allí? Aplaudir, preguntarse que hacía Albiol, y callar. No voy a hablar de la sala de prensa. Ya se ha hablado demasiado. Solo parece que esto,a falta del veredicto de mañana, está visto para sentencia.
Miguel Gómez

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